miércoles, 27 de enero de 2010

El Juego de la Oca

El Dado ha hablado…

Se decide jugar… y se tiene la sincera intención de llegar al final de la partida. Se conoce donde empieza pero no cuando termina. Quizás en la meta… Depende de la providencia. Quizás en otro sitio, cuando así se haya decidido.

Hasta un punto desconocido te lleva una de las seis caras… sin conocer el destino, te lo encuentras en el camino y aterrizas en una de las diez mil casas. Que situación acontece… durará hasta que termine un ciclo entero. Todo aquel que participe tiene que escuchar al Dado, también sufrirá providencia y destino… Nadie escapa al Juego, el problema es no saberlo.

Cada paso de la ruta representa una estancia, un estado. Es ahí, mientras se aguarda, que se padece lo que manda el juego… Si es bueno, se avanza, si no, resta a la espera hasta que las condiciones así lo digan. Prisiones, puentes y corrientes… Esperas prolongadas o saltos gigantescos…

El Juego da nombre a unas casa, y estas recuerdan el Juego… Cuando se llega a ellas, es tan sólo por un instante, pues transportan al jugador, sorteando los posibles peligros que capturarían a cualquiera que los pisase, hasta la siguiente etapa; donde lanzados de nuevo los dados, se aguarda un nuevo destino.

Y así hasta el Fin. Donde termine la partida, donde el partir haya terminado; así lo decida el Dado, y alguien haya llegado a la última Casa.

La que lleva el Recuerdo del Juego.

lunes, 18 de enero de 2010

Lo malo abunda, y destaca

A nadie se le escapa que hay algo que falla. Realmente no vemos más allá de nuestras narices, incluso la ceguera es mayor cuando de observar nuestros actos se trata.

En esta ceguera, embriagada por el aroma de nuestro “yo” querido, esa construcción particular hecha artificialmente a imagen y semejanza de nuestros límites afianzados y coagulados a partir de todo lo vivido y lo experimentado, simpre contando con la ayuda claro, de nuestro mejor aliado, el cerebro que nos ayuda a entenderlo todo, va creciendo cada vez más…

Un pez que se muerde la cola… estoy ciego porque pienso, o pienso porque estoy ciego…

Hay cegueras y daltonismos… mientras que se puede tener idea de ciertas tonalidades, eso si, con una ligera variación de alguna en particular, se puede tener tal ceguera que no se llegue distinguir el día de la noche, el cielo de la tierra o el tú del resto del mundo.

Si bien es cierto que hay una ceguera general, daltonismos inclusive, hay también distintos grados de ceguera particular. Y ésta es la primera que aparece desde este punto de vista, siendo la única que depende de la voluntad de uno. No se sabe si es aprendizaje, práctica o enseñanza, o un compendio de las tres, pero aún estando ciego se puede evitar el golpearse, cada vez que se pasa por delante, con la mesa de la cocina. Como mínimo por memoria, recordando el donde está y el espacio que ocupa, y si no es por esto, que sea por el hecho del recuerdo del moratón, aunque se vea de color gris, que te dejó en la pierna durante dos meses.

Si uno se golpea con la mesa, pasa, pero si resulta ser uno que la patea a voluntad, es problema suyo. Lo cierto es, que esta misma ceguera provoca el no asumir el problema como propio, haciendo partícipe de la propia estupidez de tener la voluntad de patear la mesa, a alguien que quizás ya lo haya hecho antes y haya decidido no volver a partirse la pierna.

Como manda el refrán, “el tuerto en el país de los ciegos, es el rey”. Si el tuerto es uno y es el rey, es porque todos los demás están ciegos. Se puede ser tuerto y golpearse con la mesa, pero de nuevo, eso no incumbe a nadie más que a él y a la mesa. De todo el resto, los ciegos “pateadores” son los que más se hacen notar, pues arrasan con todo lo que hay a su paso… “joder es que estaba en medio! Me molestaba y lo tenía que apartar!”

No hay nada de malo en golpearse con la mesa, al contrario, así se aprende a tener las proporciones justas del espacio que se debe ocupar, sin interferir en el espacio que ocupan otros objetos, pues el colapso sería inevitable.

Ni tampoco es bueno patear mesas donde hay un espacio ocupado. Claro está, que si no se conoce que el espacio que se ocupa está más allá de la propia nariz, no se puede ver, valga la redundancia, el espacio ocupado por otro.

Patéense, entonces, ustedes solos sus narices y dejen, a daltónicos y ciegos varios, golpearse con lo que se tengan que golpear.

Aprenderemos a base de golpes, no de hostias.

El Reloj de arena


Cayó el primer grano de arena
luego el segundo...
y así sucesivamente, uno tras otro...
Hasta que arriba es abajo
abajo arriba...

Entonces vvuelve a caer
el primer grano de arena...