domingo, 6 de junio de 2010

Mi viaje a vuestro planeta...

Hola, me llamo ART-347,

Aterricé en vuestro planeta cuando viajaba perdido por el espacio. Contemplando embobado el magnífico espectáculo de vuestra galaxia, me despisté. Perdí el rumbo y entré en ella por error. No me resultó desagradable, al contrario. Visto desde de fuera, era un verdadero espectáculo de orden y ritmo pausado, uniforme y constante. Desde un centro inmóvil y oculto, salían irradiados cuatro brazos en forma de espiral, cuales ríos de plata, dibujados por infinidad de estrellas. Y de entre todas ellas, en un remoto rincón de uno de los brazos de vuestra galaxia, me llamó la atención una en particular, vuestra estrella padre. No destacaba por su tamaño ni por su brillo, no era ni más fuerte ni más débil que el de los demás astros, aunque sí era especial. Tengo entendido que le llamáis Sol. Gobernaba todo un sistema de cuerpos celestes que giraban en torno a él, perfectamente ordenados aunque su jerarquía no venía dada por volumen o por peso, sino por su proximidad al astro padre. Todos ellos únicos e inseparables, colocados con equilibrio, se movían al unísono danzando de manera armónica al son del Universo. Si pudierais oír… Si pudierais ver...

Aún estando perdido no deseaba desperdiciar la ocasión de conocer algo tan bello y desconocido a la vez. Quería acercarme más a esos cuerpos gigantes a los que denomináis planetas, y verlos flotar suavemente en el espacio. A diferencia de las estrellas, estos no brillaban por si mismos, sino que recibían la luz directamente del Sol, dejándoles media esfera siempre hundida en las sombras. Estos planetas se movían alrededor del astro central, aunque el hecho de que también girasen sobre si mismos, hacía que su mitad oscura no cayera siempre sobre la misma zona.

De todos los planetas en particular, el que más me llamó la atención, desde la distancia, fue el tercero en disposición. Aquel que recibe el nombre de planeta azul, se le contempla con el respeto del misterio que desprende por esas serpientes blancas que se enroscan por encima de esas aguas azules, escondiendo las distintas islas verdosas que flotan en ellas. Aún estando perdido no deseaba desperdiciar la ocasión de conocer algo tan bello y desconocido a la vez.

Recuerdo que los primeros ciclos de astro que pasé en ese planeta, el vuestro, los pasé en un lugar muy hermoso. El descenso no fue fácil, me faltaba una pieza del transporte y era justo la que me permitía realizar la maniobra. Tras el aterrizaje aparatoso y un poco violento, salí fuera de la nave, y me di cuenta de lo increíblemente agradable y pacífico que resultaba ese lugar. Me encontraba rodeado de gigantes durmientes, con un sueño tan profundo que se habían convertido en piedra. Aún durmientes, parecían llorar lamentándose por su estado de somnolencia, pues salían de su interior largas corrientes de agua que se acumulaban a los pies de éstos, formando grandes charcos.

Algunos gigantes tenían largas y extensas barbas de color verde incluso algunas de ellas con distintos simbiontes, que a cambio de un corte de pelo, lo hidrataban y nutrían. Otros gigantes, los más grandes de todos, carecían de barbas, pero estaban cubiertos por unos mantos blancos, brillantes y reflejantes, que dejaban entre ver una piel seca, ruda y agreste.

Al cabo de un tiempo de observar ese magnífico espectáculo, apareció otro simbionte, dando la sensación que tenía un grado distinto al de los demás, pues utilizaba a los anteriores para nutrirse él mismo, a voluntad y consciencia. Era sorprendente como se entendían a la perfección. Pero poco a poco, esa voluntad y consciencia equilibrada empezó a olvidar su parte del trato, pues olvidó también el don que tenía al poder ayudarse de sus simultáneos, decantando la balanza hacia el saqueo y apropiación de algo que no le pertenecía en esclusiva.

El olvido le coronó como parásito al no cumplir con su contrato. Y cada vez más, fue condenándolos a todos, incluso a los gigantes y a sus lágrimas, a la esclavitud. Y por si eso fuera poco, empezó a extenderse cual virus se va apoderando de un huésped, llegando incluso a esclavizar a sus semejantes racionándoles aquello necesario para desarrollarse en su entorno simbiótico.



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